Una breve historia de como negocios y problemas sociales encuentran un sentido común.
Hoy acompaño el desayuno con el noticiero. En este hotel, como en muchos lugares, el café se sirve siempre con la más reciente información y las conversaciones en la mesa se amargan o se endulzan con los temas de moda. Además de notas sobre fútbol, artistas de novelas y músicos de éxito, a la mesa llegan reportes sobre la creciente inseguridad, adobados con cifras escandalosas y dramáticos testimonios. Así estemos en Suramérica, en el 2024, tomamos en la mañana más o menos lo mismo que nuestros padres y abuelos y los demás compañeros de viaje en este instante del planeta: huevos, razones para tener miedo, queso, indolencia o compasión sobre el dolor de otros, pan de trigo o arepas de maíz, sensaciones de impotencia y ansiedad ante los problemas del mundo, jugo dulce de naranja y una insípida ignorancia sobre las soluciones. Nos desayunamos con nuestra humanidad: con preguntas a propósito de “cómo vivir mejor”.
Buenos días, ¿qué tal la noche? - El saludo cariñoso indaga por el buen sueño de los demás. - Casi no me duermo, estaba muy cansada pero no podía dejar de pensar en todo lo que logramos ayer - Empezó Daniela, a quien yo, como todo el mundo cuando la conoce, le pregunté qué semestre cursaba en la universidad: parece mucho más joven de lo que es en realidad. Ya es filósofa y maestra en políticas públicas y justicia en género, además doy fe de su maestría acompañando a emprendedores de poblaciones “empobrecidas” que hacen negocios con las empresas privadas para las que ella trabaja, a través de la fundación de la ANDI (la asociación nacional de empresarios de Colombia). Ayer mismo, sin muchas palabras, les entregó orientaciones prácticas a unos agricultores dedicados al fique que ahora se estrenan en cultivos legales para que afiancen su proceso de producción y puedan cumplir a sus clientes de la compañía de empaques de cabuya más grande de Latinoamérica.
El salón se va llenando de ejecutivos que también corren contra el reloj. El menú de nuestras conversaciones incluye negocios, problemas sociales y ambientales, política y algunas bromas. Daniel durmió como un bebé, se sienta sonriente. Nunca sueña, nos aclara. Pero es un soñador: por estos días se prepara para seguir estudiando en Canadá y continuar especializándose en agronomía y desarrollo rural. Hace unas horas enseñaba a los fiqueros como llevar registros de sus procesos de cultivo. También evaluaron juntos las prácticas de cultivo del café, otra de las tradiciones productivas de esta región. Café y cabuya no se topan sólo en los famosos costales de café de Colombia que llenan los contenedores de exportación: crecen al tiempo en las mismas montañas de los Andes, en las que la sustitución de la coca promete erradicar para siempre la guerra desde su raíz.
Brindamos con los vasos del jugo. Celebramos la inauguración de la bodega de almacenamiento gestionada con recursos públicos y que le va a permitir a la asociación de productores de Fique del oriente de Nariño guardar el producto de la manera más adecuada, antes de enviarlo a la planta de producción de la Compañía nacional de Empaques en Medellín. Cientos de llamadas entre Daniela y Fidencio, líder de la asociación, hicieron posible que la sede física se convierta en el símbolo de logro del trabajo conjunto para que pueda acopiar también la confianza de los productores con sus socios y con los gobernantes. Recuerdo como hace un par de años, en nuestra primera visita, estos productores saludaban con un apretón de manos que no apretaban y la mirada tan perdida como su esperanza. Reconozco que, en esa ocasión, aunque mi misión era reconectarlos con el sentido en su proyecto de vida, yo mismo me resistía a la idea de que un negocio pudiera ser la primera dosis del remedio a un problema que lleva años incubándose en estas zonas. Porque la violencia que ha traído el narcotráfico no es la única ni la primera de las violencias que contaminan la vida por estos lados. La crueldad ha brotado en forma de pobreza, de conquistas, de despojo, de revoluciones y de contrarrevoluciones. Por eso, levantar la mirada o saludar con confianza no eran simples gestos sino elecciones heróicas. Para las familias campesinas creer en otro futuro pasaba por creerle a otros, y creer en otros pasaba por creer en sí mismos. La reconciliación se fue dando cuando cada uno se fue haciendo cargo de su dolor y de sus miedos, de sus sueños y de sus fortalezas. Para los acompañantes de la Fundación ANDI y para los ejecutivos de las empresas que venían a comprar apareció un “otro” diferente al que habían imaginado. La riqueza de estas comunidades no sólo estaba en sus tierras y conocimientos ancestrales sobre el cultivo, sino en la humildad para aprender de los conceptos técnicos y la generosidad para organizarse. Con cada promesa que se cumplía, la confianza fue aumentando. El mejor de los negocios se hizo posible gracias a la paciencia para mantenerse en contacto a pesar de las distancias físicas y tecnológicas, y a la creatividad para traducir conocimientos de economía y administración en hábitos sencillos para la vida cotidiana.
Sonreímos desde adentro. Nos felicitamos por otro avance más en la estrategia de competitividad inclusiva con la que la asociación de empresarios de Colombia ha enfocado su trabajo social desde hace 10 años. Cada vez más organizaciones en han decidido compartir valor y hacer de los problemas sociales parte de sus negocios, para resolverlos de manera sostenible. Desde la empresa privada, desde el sector público, desde las iglesias, desde la política, la educación, desde la ciencia… millones de personas trabajan por el bienestar colectivo. Me siento feliz de ser parte de este proyecto implementando una adaptación del “depende de mí” al proceso de fortalecimiento de estas organizaciones que se van levantando del sinsentido y se han comprometido con su propio proyecto de vida. Poder servir a ese gran propósito mundial e influir en tantas personas con un lenguaje constructivo me llena de orgullo. Además, aprendo cada segundo de todas las personas con las que puedo compartir preguntas, como hoy, con mis jóvenes compañeros de desayuno.
El mesero trae los pedidos. Cada uno quiso algo diferente, aunque no nos dimos cuenta. Huevos en cacerola, otros rancheros, Daniel sólo fruta, el café de Daniela sin leche. Cada uno con sus gustos. Cada uno, también, con sus opiniones. Continúa la conversación llena de contradicciones y de temas que se enredan sin perder el hilo. Como con el fique, hemos logrado hacer negocios gana - gana con ajonjolí, con leche, con cacao y con cientos de productos y servicios. La Fundación Andi, hija de empresarios que todo lo vuelven un sistema, ha logrado encontrar fórmulas para que los emprendedores “excluidos” quieran y puedan dejar de serlo, y otros modelos para que sus trabajadores quieran y puedan incluir. Desarrollamos una certificación que reconoce y visibiliza estas prácticas con el nombre de “movimiento In” y las más grandes compañías del país se han comprometido con esta idea de “dar lo mejor de lo que son, no lo que les sobra”. He aprendido junto a la ANDI a entregar mi propuesta de sentido de una forma sistemática y hoy el modelo “Plan de Vida” es una caja de herramientas lógica que va de la transformación del yo, al encuentro con otro, al acuerdo con otros, al trabajo por todos, al cuidado de todo. De igual manera, en estos años hemos logrado consolidar el proyecto “Vamos Colombia” y con más de 30 campamentos en zonas “olvidadas” hemos tocado el corazón de más de 6 mil voluntarios de empresas y de incontables personas de las comunidades, de las fuerzas armadas y de los excombatientes de grupos ilegales.
En todos los casos, los manuales y documentos que recogen toda esta experiencia de 10 años dejan abiertas preguntas útiles para entender los cambios en cada contexto. Y, además, no resuelven nunca las tensiones permanentes de esta aproximación entre el mundo de los negocios y el mundo de lo social. Proponen una constante presencia para entender los desafíos más allá de las explicaciones fáciles o los diagnósticos absolutos que describen la realidad como una lucha entre malos y buenos, entre víctimas y victimarios. Para las comunidades, para las empresas, para mis compañeros de desayuno y para mí, lo único que se escribe sobre piedra es un llamado a renovar en cada paso el sentido personal y conectarlo con un gran propósito como humanidad en el que hemos declarado que la vida, y la vida con dignidad para todos, es lo más importante.
En la pantalla, lo mismo: la inseguridad, la pobreza, la violencia, el narcotráfico. Todos los días, el calentamiento del planeta, la desigualdad, la discriminación, la migración forzada. El ruido no nos impide reflexionar sobre lo que pasa e intuir el desequilibrio que hay en la manera como los seres humanos compartimos los recursos entre nosotros y coexistimos con la vida. Muchos, como nosotros, quieren crear un mundo mejor, y en cada desayuno admiten su ignorancia para ir al “cómo”. Las explicaciones simples ya no les satisfacen porque buscan soluciones reales, definitivas y que se pueda medir cada paso. Conversamos con entusiasmo, lejos del tono adormilado del saludo. Nuestros ojos brillan con cada palabra, nuestros oídos también se despertaron. Cada uno asume su propia responsabilidad individual en la re-creación de la vida y apuesta por la cooperación como el camino para construir nuevas maneras de ser y convivir, con el conocimiento y la creatividad de todos. Mi corazón late mientras conversamos de nuestro próximo Market Place el 13 de agosto en Bogotá, donde nos reuniremos con quienes siguen creando soluciones de largo plazo a través de negocios sociales. El desayuno avanza y la conversación va encontrando la esperanza del: “si se puede, somos nosotros, éste es el momento”. Suena un celular. Llega el transporte para el aeropuerto. Nos despedimos y cada uno se conecta con su afán del día, con el regreso a casa.
Como luego de un viaje, de una conversación, no somos los mismos. Nos vamos con preguntas nuevas, con preguntas compartidas, con preguntas poderosas. Cada desayuno despertará nuestra curiosidad y alimentará nuestro sentido, nuestro sentido común.
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